La conciencia planetaria, en el Día Mundial de la Tierra
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La conciencia planetaria, en el Día Mundial de la Tierra
Mario Edgar López Ramírez
Tensa calma. Incluso paz. Pero es la paz que se da en el ojo del huracán. Las cifras del agotamiento actual y futuro de la vida en el planeta siguen siendo alarmantes. Según la Unión Mundial para la Conservación de la Naturaleza (UMCN), el número de especies animales y de plantas en peligro de extinción, en el lejano 2006, era ya de 16 mil 119 seres: "uno de cada tres anfibios, una cuarta parte de las coníferas del mundo, además de una de cada ocho aves y uno de cada cuatro mamíferos". El cambio climático puede llegar a ser aún más destructivo que la propia deforestación, en esta cadena de devastación planetaria, siguiendo con la UMCN: las zonas más afectadas, por el calentamiento global, serán "la región del Cabo (Sudáfrica), las cuencas del Caribe y el Mediterráneo y los Andes tropicales, que perderán tres mil especies de plantas. En el Caribe, Indochina-Birmania y los Andes tropicales desaparecerán doscientas especies de vertebrados. El 56% de las 252 especies de peces del Mediterráneo y el 28% de las de África del Este están en peligro de extinción. En suma, el aumento de las emisiones de gases de efecto invernadero a la atmósfera, causantes del cambio climático (y los cuales se prevé que se dupliquen en un siglo) "hará desaparecer 56,000 especies de plantas y 3,700 vertebrados". Este exterminio de los seres que no son humanos, es el mismo exterminio de los seres humanos; pues la humanidad depende de todos estos seres.
La tensa calma continúa, entre la irresponsabilidad de las grandes potencias y empresas que, conocedores de estos datos, siguen fortaleciendo la lógica de mercantilización que consume la vida; entre el resto de naciones y sectores empresariales que los siguen, volcados en la carrera de un desarrollo insostenible y entre las grandes masas de población mundial que, en gran medida desinformadas, colaboran en el impacto destructivo sobre el planeta, debido a sus estilos de consumo y uso de las cosas. Así, el futuro se parece más a una cuenta regresiva que a una promesa de progreso humano.
¿Qué es lo que se debate al centro de esta situación?, muchos pensadores enfocan la respuesta en una breve frase: la necesidad de que surja la conciencia planetaria o terrestre. Para que esto suceda la condición básica es que el hombre, la humanidad, deje de considerarse como el beneficiario único de todo lo que existe. En otras palabras, es necesario quitar el llamado antropocentrismo, que es la filosofía que ha movido principalmente al hombre moderno hacia los actuales avances tecnológicos que acaban por destruir el planeta; esto como consecuencia última y a pesar de la lista de logros benéficos de la ciencia que podríamos enumerar. El antropocentrismo, es una filosofía que justifica que todos los demás seres y materiales terrestres –e incluso espaciales- permanezcan subordinados al avance de las creaciones humanas. Lo que se debate al centro de la situación es la conciencia, mal entendida, de la dignidad humana (conseguida, es cierto, a lo largo de la historia y productora de ideas benéficas como la libertad, los derechos y la democracia), pero que se encuentra enfrentada contra la conciencia planetaria: cuando ambas conciencias permanecen separadas, el escenario es destructivo, de extinción, por más bondades que haya traído el descubrimiento de la dignidad humana, tal como lo evidencian los datos. Cuando ambas se combinan, trascienden a una nueva ética, en la que la conciencia planetaria -que finalmente es también una conciencia humana- quita el antropocentrismo y resignifica la dignidad, no solo del hombre, sino de la vida de todo lo que existe.
Como lo señala el teólogo Leonardo Boff: "el antropocentrismo es un equívoco, pues el ser humano no es un centro exclusivo, como si todos los demás seres solamente adquiriesen sentido en cuanto ordenados a él. El ser humano es un eslabón, entre otros de la cadena de la vida". El debate es tan viejo como la filosofía griega, ya Platón dialogando con Protágoras decía que "el hombre no puede ser la medida de todas las cosas", como al parecer sostenía el último de los dos filósofos. Platón vio de inmediato, nos dice la politóloga Ana Arendt, que este argumento haría que los hombres terminarán sirviéndose de todo. Si se toma al hombre como medida de todas las cosas, este pasa a ser el beneficiario irracional, el dueño, alguien que no piensa en lo que hace con la naturaleza porque, por derecho, la posee y le pertenece. Concebir así al hombre, en lugar de humanizarnos, paradójicamente nos deshumaniza, porque suprime el pensamiento que llama a la preservación, la conciencia que invita a entender cómo se organiza la vida y la razón que promueve a un actuar inteligente; todas estas condiciones humanas que tanto hemos proclamado como nuestras diferenciadoras frente a los animales. El hombre usuario ya no es el hombre pensador, quien pensando entiende la mejor forma de relacionarse con el mundo. El usuario usa sin importar el despojo. Todo es considerado un simple medio, nos dice Platón: todo árbol es madera en potencia (¿pero eso es todo lo que es un árbol?), todo el viento es una forma de refrescarnos, calentarnos o movernos (¿pero eso es todo lo que es el viento?).
La conclusión platónica es que no debe ser el hombre el centro de las cosas, ya que por sus necesidades y talentos desea el uso de todo y, por lo tanto, termina despojando a todas las cosas de su valor intrínseco. Debe ser "el dios", algo reconocido como mayor que el hombre, la medida de todas las cosas, incluso de los simples objetos que el hombre usa, termina diciendo Platón. Así mismo, tampoco en el umbral judeo-cristiano se define al hombre como señor último o dueño del mundo, como tanto han proclamado las interpretaciones cristianas ligadas al poder, la orden creacional de "sojuzgar la tierra", hace del hombre un administrador al que se le pedirán cuentas, lo hace responsable de su actuar con la tierra, que es un lugar de habitación el cual le ha sido encargado, pero que no le pertenece: "mía es la tierra" dice el Dios cristiano.
Una vez despojado el antropocentrismo ¿qué es entonces la conciencia planetaria?: es ver que las cosas están ligadas entre sí, que la vida humana forma un todo con el resto de la vida planetaria. Es regresar al concepto más íntimo de hombre, el homo, que viene de la palabra humus, tierra -el hombre es tierra. Es hacer humilde al hombre. Es desarrollar un modelo de sociedad incluyente, instituciones y políticas en la que todos quepan, incluida la naturaleza. La conciencia planetaria implica la generación de múltiples tomas de conciencia que, según Edgar Morin, deben impactar la educación para el futuro: toma de conciencia de la unidad que tiene la tierra con todas las cosas que la habitan (conciencia telúrica); toma de conciencia de la unidad/diversidad de la biosfera (conciencia ecológica); toma de conciencia de todo lo que integra la naturaleza del hombre, que es a la vez un ser físico, biológico, psíquico, cultural, social e histórico ligado al planeta (conciencia antropológica); toma de conciencia de las incertidumbres que debemos enfrentar para el futuro, al haber desunido el conocimiento sobre el universo; toma de conciencia de la amenaza catastrófica que pende sobre el hombre y el planeta; toma de conciencia de haber perdido el horizonte y con ello la posibilidad de vivir como especie si no recuperamos el sentido; y, finalmente: toma de conciencia de que nuestro destino, de que nuestra responsabilidad, sigue siendo terrestre.
La conciencia planetaria pretende la acción transformadora –no la pasividad, no la lamentación, no la inercia-, propone una plataforma básica para el pensamiento, partiendo del reconocimiento de nuestra condición actual y empujando la necesidad de comenzar a reconocer las ligas que hay entre las cosas, para crear nuevas instituciones sociales, nuevas tecnologías, nuevas ciencias que no dividan los mundos (en mundo económico, mundo político, mundo cultural, mundo científico, etc.) como si la realidad estuviera desligada. Este es el camino más humano posible, porque del otro lado esta la catástrofe, escenario que haría que surgiera la conciencia planetaria a consta de muchas muertes, de muchas extinciones como dice Enrique Leff: "para que hubiera una conciencia de especie sería necesario que la humanidad en su conjunto compartiera la vivencia de una catástrofe común o un destino compartido por todo el género humano en términos equivalentes", ¿tanta dureza hemos generado?, ¿tanta ceguera que tendremos que esperar la hecatombe para darnos por enterados?. La extinción suma cifras, silenciosas, ocultas a los ojos de la mayoría de nosotros que nos reducimos a vivir en ciudades pobladas de objetos humanos, que consideramos a la naturaleza como algo a nuestro único servicio. Tensa calma. Incluso paz. Ojalá no sea la paz de los cementerios. Ojalá, en este día de la Tierra, tomemos conciencia planetaria.