Los Ejercicios espirituales son sentir y gustar internamente
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"Los Ejercicios espirituales son sentir y gustar internamente"
Hermann Rodríguez Osorio, SJ, explicó que la contemplación es imprescindible para el autoconocimiento y para relacionarse con lo divino.
Adriana López-Acosta
Cuenta la historia que de los casi doce meses que pasó San Ignacio de Loyola en cama, tras la batalla de Pamplona en la que casi pierde las piernas, nueve los pasó inmóvil, solo y callado.
Era un silencio forzado por el malestar, el tedio y, eventualmente, por la impresión que le dejaban las lecturas que hizo sobre la vida de Jesús y los santos. Durante este tiempo, San Ignacio de Loyola exploró los primeros pasos de la contemplación, una parte que sería crucial en los Ejercicios espirituales, que redactó años después en la cueva de Manresa.
La contemplación aparece en todas las religiones. Sin embargo, la tradición ignaciana tiene su propio concepto de ella, uno que Hermann Rodríguez Osorio, SJ, explicó en la primera sesión del año del ciclo Pensamiento Jesuita sobre la Actualidad.
Son cuatro los conceptos considerados en la contemplación ignaciana: silencio, quietud, atención y libertad.
"Con base en esto se puede entender cómo la contemplación ignaciana posibilita una apropiación de contenidos y transformación de existencia", dijo el delegado para la misión de la Conferencia de Provinciales de América Latina y el Caribe (CPAL), en la conferencia "La contemplación como método pedagógico", el pasado miércoles 24 de enero.
"Los Ejercicios espirituales no son mucho saber, sino sentir y gustar internamente. Uno está en contacto con la palabra que se encuentra en los evangelios y eso se le pega", explicó el también ex director del Centro Ignaciano de Reflexión y Ejercicios de Colombia.
En el silencio, dijo, se encuentran muchas cosas.
"No hay peligro de que uno tenga una experiencia interior cantando aleluyas. Hay espiritualidades tan ruidosas que no entiendo cómo logran tocar con lo trascendente", añadió.
San Ignacio tuvo que quedarse quieto y callado, recordó el jesuita. De ahí brotaron los recuerdos y la imaginación. Es como soñar, insistió.
"¿Qué es lo que uno sueña? Lo que uno teme y lo que uno quiere. ¿Qué sale en la contemplación cuando uno suelta las riendas? Lo que uno teme y quiere. La contemplación es un sueño despierto y uno va viendo cómo se desarrolla esa historia interminable que parte de la realidad", comentó.
En la contemplación no hay respuestas rápidas. Por eso estos ejercicios demandan no tener entrañas impacientes.
"Hay que esperar a que el hueso suelte su sabor. El sabor de la aventura, de la historia", recomendó.
En estas contemplaciones que sugieren los Ejercicios espirituales, la idea es usar los sentidos, todos, para conocer a Jesús. Primero él y luego Dios. Esto, admitió, puede sonar difícil de entender en una doctrina rigurosa, pero es la forma de tener una relación personal con lo divino.
"El hijo de Dios es accesible a los sentidos. Nuestro Dios es el Dios que nos revela Jesús. Porque es diferente el Dios de la doctrina. El Dios de Jesús se derretía frente a una viuda que se había quedado sin su hijo", finalizó.
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