Un ingeniero industrial mexicano, en Alemania, que habla seis idiomas al día
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Un ingeniero industrial mexicano, en Alemania, que habla seis idiomas al día
Carlos Ricardo Morín Navarro, egresado del ITESO, destaca las experiencias vividas en esta casa de estudios, la diversidad cultural, los profesores y sus enseñanzas como base de su ejercicio profesional.
Adriana López-Acosta
Desde que tenía 15 años, Carlos Ricardo Morín Navarro sabía que quería irse a Alemania. Había pensado en cursar una maestría o hacer un intercambio académico. Pero quizá no se imaginaba viviendo en Regensburg, hablando seis idiomas al día, dando soporte técnico en la firma TE Connectivity a clientes de Europa que adquieren productos electrónicos de México y Estados Unidos.
Morín nació en Guadalajara pero creció en Celaya en una familia de médicos. Cuando se desmayó al ver una toma de sangre entendió que sus ganas de ayudar a los demás no tendrían que ser por medio de la medicina.
"También me gustaban las matemáticas y la física, y estaba en esa edad en la que no estás seguro de qué tipo de vida o trabajo quieres tener al terminar la carrera, pero confías en que lo que te gusta te dirá por dónde".
Los gustos personales, la vocación y las influencias positivas son buenos puntos de partida para buscar. Su gusto por los números fue uno. La influencia de un amigo suyo, siete años más grande y estudiante de Ingeniería Industrial, fue otro, y el impulso de sus padres a que se decidiera por sí mismo y saliera de su zona de confort fue uno más.
"Me di cuenta de que, antes de graduarme de la preparatoria, a todos mis amigos sus papás los habían llevado a ver universidades, y a mí no. Le dije a mi papá y me dijo, ‘yo no soy quien se va a estudiar'. Ahí agarré la onda y dije, ‘mañana agarro un camión y voy a ver todas las universidades que pueda'".
Tres meses antes de graduarse de la preparatoria así lo hizo. Fue a Querétaro, Guadalajara, León y a la Ciudad de México.
"Cuando llegué al ITESO quedé fascinado con tantas áreas verdes y las más de 300 especies de árboles, y me encantó ver la convivencia entre las personas. Es una diversidad cultural que no ves en ninguna otra universidad".
No sería trabajando en un quirófano, pero encontraría otras formas de ayudar a la gente. "En Ingeniería Industrial trabajamos con sistemas suaves, tenemos que enfocarnos en las áreas de producción con las personas, trabajar en equipo, ver las cualidades individuales; ser buen líder, si es necesario, y sacar la mayor producción, minimizar costos y trabajar juntos por un bien común".
Ingresó a la carrera en agosto de 2009 y fueron materias como la de "Cálculo avanzado", los simuladores, las prácticas de laboratorio, los Proyectos de Aplicación Profesional (PAP), pero más el perfil de las y los profesores lo que lo impulsó a esforzarse, a seguir sus pasos y, eventualmente, a confiar en su guía para su futuro académico y profesional.
Fue por influencia del profesorado que comenzó a estudiar idiomas, empezando con el alemán en el Departamento de Lenguas y con el que se entusiasmó para adoptarlo como una lengua relevante. Carlos habla actualmente inglés, francés y alemán, y con la práctica laboral aprendió italiano y portugués.
"Me apasiona entender otras culturas y eso se logra con su propio idioma. Puedes hablar en inglés con alguien de otro país, pero solo entiendes su cultura al hablar o entender su idioma. Entiendes que el alemán es tan cuadrado como su gramática. Que el brasileño es feliz, dinámico, por su acento. Que el mexicano es cálido por sus apodos".
¿Y por qué ir tras el sueño alemán? "El sello alemán (la tecnología, los ‘carrazos' y la calidad) está arraigado en nuestra cultura. Admiramos su trabajo. Tenía esas ganas de desarrollarme en un área tecnológica ahí y especializarme para después regresar a México y aquí radicar, crecer y ayudar a mi país, generar empleos y desarrollo en México. Si los alemanes pueden, nosotros también".
Así como salió de su zona de confort en Celaya y buscó su propia carrera, terminó buscando un convenio para estudiar un intercambio en el ITESO. Investigando opciones, encontró a la Universidad RWTH Aachen, una de las más renombradas instituciones técnicas en Alemania.
"Me dijeron, ‘no tenemos el convenio, pero si te mueves y te dan luz verde, te apoyamos'. Así que me puse alarmas todas las noches para despertarme en el cambio de horario alemán y llamar y llamar hasta dar con la puerta correcta, que me dio un formulario y tuve que recabar firmas en el ITESO, hasta que funcionó.
"Lo logré gracias en parte al ITESO por apoyarme, y gracias a esto tan mío que es aferrarme y tocar y tocar hasta encontrar la puerta correcta. Buscar la manera. Si te dicen que no se puede, pues claro que sí, y te voy a enseñar cómo. Si alguien más lo hizo, yo también puedo".
Así es como Carlos se fue de intercambio a Aachen, una ciudad al oeste de Alemania, durante un año. Cuenta que los alumnos de RWTH Aachen eran en su mayoría hombres y había menos de 20 por ciento de mujeres en las carreras de ciencias computacionales, mecánica y eléctrica, aunque el Departamento de Género y Diversidad de la institución hace esfuerzos por equilibrar el número en el alumnado y el profesorado.
"En la ciudad, literalmente, salías a bares o restaurantes y solo veías hombres, y una mujer por cada mesa de siete personas. Cuando llegué, me di cuenta de que para que te integres a un grupo (de amigos) es muy difícil, por el idioma. Si un alemán te escucha hablar más o menos, y sabe que hablas otro idioma –digamos, español– se irá a un café contigo a practicar él su español, y tú el alemán, y van a ser súper amigos y se van a contar muchas cosas. Pero es de uno a uno. Para integrarte a un grupo, tienes que hablar el idioma al cien por ciento".
Sin embargo hizo buenas amistades que todavía recuerda: un amigo alemán con familia española que lo acogió como parte de los suyos, un turco que cocinaba delicioso por instrucción de su mamá, un indio a quien acompañó a que comiera su primer filete de carne y bebiera su primera cerveza, "y así fuimos creciendo la bolita de amigos multiculturales. Me enfrenté a cosas nuevas culturales, y sobre todo religiosas".
Para Carlos esta primera estancia en Alemania no fue la primera en la que aprendió a convivir con otra cultura: "brincar de Celaya, una ciudad chiquita pero cerca de la Ciudad de México, a Guadalajara, con cinco millones de habitantes, pero con una sociedad un tanto cerrada, y de ahí te vas 10 mil kilómetros más lejos a Europa, donde las mentalidades son más reservadas y arraigadas en ver por sí mismos, esos cambios culturales me ayudaron a formarme y abrirme".
Había estudiado italiano unos meses, pero fue en sus vacaciones por Italia donde afianzó el conocimiento del idioma. También tenía nociones de portugués y en Múnich, con amigos y una familia brasileña, pudo practicarlo con formalidad. Su apertura a los idiomas le abrió no solo estas puertas al vacacionar, sino que aseguraron su futuro.
Cuando regresó a Guadalajara y se acercaba el tiempo de graduarse, intentó sin éxito entrar a trabajar en la planta de Continental o adquirir una pasantía. Un día escuchó en la cafetería a un par de amigos hablar de sus prácticas en esta empresa y sobre el gerente de planta, que era un portugués muy explosivo pero muy respetado por sus empleados, aunque contrastara con la idiosincrasia alemana.
"Se me prendió el foco. Gracias a que en alguna clase se me enseñó a buscar en Google de mejores maneras, encontré en un archivo PDF el correo personal del gerente de planta. Le escribí un correo con mi perfil y mi currículum adjunto, pero se lo escribí en portugués. Porque si lo escribía en español o en inglés su asistente lo iba a traducir o entender, y quizá no se lo iba a pasar. Así, él mismo tenía que leerlo".
Dicho y hecho. A la semana tuvo su primera entrevista con él en sus cinco minutos de break de cigarro, y se convirtió en su trainee. Fueron el gerente de finanzas y el director de la planta quienes lo apoyaron para aplicar para la Maestría en Ingeniería Mecánica Industrial en la Universidad OTH Regensburg, al notar su nivel avanzado de alemán. "El gerente de finanzas me dijo, ‘en cuanto vayas a hacer tu tesis, me avisas, y te ayudo para que entres con nosotros a Continental'".
Con un poco más de esfuerzo, pero parecido a cuando fue de Celaya a varias universidades de México, Carlos se dirigió a Alemania a conocer físicamente sus opciones y al visitar OTH Regensburg terminó, sin querer, entrando a una clase del coordinador de la maestría. Cuando concluyó, se acercó al profesor y se presentó. Le dijo que venía de México y que ahí quería estudiar.
El profesor no se inmutó en compartirle que, aunque fuera extranjero, debía venir dos meses después al examen presencial obligatorio, esperar dos semanas al resultado y volver en marzo, en caso de ser aceptado. A Carlos le era difícil lograrlo por las ocho semanas de plazo de visa de estudiante.
Difícil, pero no imposible. Fiel a su temperamento e impulso de hacer que las cosas sucedan, Morín se certificó en alemán para aplicar y estudiar como cualquier otro estudiante de universidad pública que fuera ciudadano alemán.
Estableció el contacto entre la universidad y el ITESO para que Juan Pablo Zatarain, profesor del Departamento de Procesos Tecnológicos e Industriales (DPTI), tuviera el visto bueno para realizarle el examen de admisión el mismo día y a la misma hora pactada en Regensburg, y fuera igual de justo para el resto de los aplicantes. Ingresó y fue el único extranjero en su generación.
En la maestría, aprendió sobre la llamada industria 4.0, conjunto de tecnologías de almacenamiento de datos y conexión entre máquinas para mejorar procesos. El gerente de finanzas de Continental en Guadalajara cumplió su promesa y Carlos ingresó en la planta de Regensburg, donde trabajó con wearable gadgets de industria 4.0 orientados a la producción.
Con la crisis automotriz, el departamento en el que trabajó se separó, y tuvo que buscar otro empleo. Encontró en una empresa española que había adquirido plantas en Alemania, Austria y República Checa.
"Me tocó ser un mexicano trabajando en una empresa española, asentada en Alemania. Las juntas eran en inglés. El trabajo local era en alemán, y con los jefes hablaba en español, y mis proveedores estaban en Portugal. Me cayó literalmente como anillo al dedo y estuve dos años y medio como ingeniero de productos y procesos para el sector automotriz".
En la maestría conoció a un par de amigos con los que emprendió un negocio de impresiones 3D y prototipos, y fungió como encargado ventas. Trabajaba en horario corrido y luego iba a su propia empresa a prospectar.
Para Carlos, lo más difícil de emprender en un país fuera del suyo, además de la extensa burocracia y el papeleo, es la diferencia cultural. Cuenta que fue un proceso desgastante para él, en el que incluso lastimaron la relación. Eran sus mejores amigos de la maestría y terminó vendiendo su parte, su coche y renunció a su trabajo de día, listo para regresar a México.
En ese momento llegó la pandemia por el Covid-19. Tuvo que suspender temporalmente sus planes de regresar y tras meses de búsqueda encontró en TE Connectivity una opción para seguir tendiendo puentes entre mercados –e idiomas– distintos de tecnología industrial.
Ahora es ingeniero de ventas y en febrero se sumó al proyecto de Supply Chain Management desde el que da soporte a todas las plantas y a todos los clientes desde el punto de vista de los productos que se producen en América.
El egresado considera invaluable la formación académica del ITESO para lo que ha logrado, pero también destaca las experiencias vividas y la diversidad cultural, los profesores y sus enseñanzas.
Aprendió que más allá de la carrera, se trataba de hacer algo que le apasione, y encontrar su propósito con cada experiencia, cada fallo y cada aprendizaje, ya sea en las aulas, el trabajo o en la vida cotidiana.
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