Las Patronas dan comida, agua y esperanza
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Las Patronas dan comida, agua y esperanza
Norma Romero, integrante de la organización, visitó el ITESO para charlar con estudiantes y académicos.
Adriana López-Acosta
La Patrona, un poblado de Amatlán de los Reyes, Veracruz, es un punto perdido entre los ocho mil kilómetros que recorre el tren llamado "La bestia" de norte a sur por México. Pero un punto en el mapa para unos es una mano extendida para otros. Miles de migrantes centroamericanos que han pasado por ahí han recibido de la mano de Las Patronas bolsas con comida y agua. A veces el tren pasa tan rápido que tienen que aventarlas, y otras pasa tan lento que alcanzan a mirarlos a los ojos y escuchar cuando les agradecen.
Norma Romero, integrante de este grupo de mujeres que alimenta a los migrantes en su paso por su pueblo, tuvo una charla con estudiantes y académicos el miércoles 22 de enero el Auditorio A del ITESO.
En noviembre de 2013 ella recibió, en representación de Las Patronas, el Premio Nacional de Derechos Humanos por parte de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), pero su trabajo lleva desde 1995 heredándose de madres a hijas, de hermanas a primas.
Cada día las 14 mujeres —y dos hombres que apenas se animaron a participar— cocinan en una olla de un metro de diámetro arroz, pasta, frijoles, verduras y lo que hayan conseguido de donaciones o de sus bolsillos, y lo reparten en bolsas. Lavan botes de plástico que encuentran tirados o que guardan durante semanas para llenarlos de agua.
Luego arrastran las cajas a las vías del tren y esperan. Cuando se aproxima "La bestia" se acomodan en fila y, entre silbidos y bendiciones, pasan las bolsas llenas mientras el tren sigue en movimiento. Las Patronas entregan un promedio de 200 comidas y bebidas cada día.
Con los años han perfeccionado sus técnicas y hasta se han hecho de mañas. En años anteriores era común que los trenes aceleraran al verlas en el cruce. "Hemos tenido que enamorar al maquinista con un lonchecito para que baje la velocidad", dijo Romero, provocando la risa de los asistentes. Con el tiempo se les ocurrió anudar dos botellas de agua entre sí y dejar espacio para que los migrantes puedan tomarlas en movimiento, y se dividen los roles de dar agua y comida para que puedan darle a los más posibles.
"Me di cuenta que era tarea de Dios, (que) Dios había elegido a ese pueblo y a esas mujeres". Esta tarea no ha sido fácil. De 26 mujeres que comenzaron, quedaron en 14 porque sus familias desaprobaban su labor; los habitantes de los poblados aledaños las acusaban de que el gobierno les pagaba para hacerlo, o de que se convertirían en "coyotas".
Además, el dinero que llega es poco, tanto para su faena como para vivir, pues el café que producen se compra a tres pesos el kilo, y la venta de caña ha caído aún más. Políticos se toman la foto y no entregan víveres, y el transporte de las donaciones en especie que reciben Las Patronas es complicado. Y para colmo muchos de los que llegan a su albergue son migrantes falsos, halcones o extraños que intentan intimidarlas.
Pero ni Norma Romero ni sus compañeras se desaniman. La atención mediática que han recibido desde antes de su premio les ha traído desde los depósitos más austeros en su cuenta bancaria, hasta manos extras que van durante temporadas a trabajar. Venden salsas para recaudar fondos, pero también tienen planes para recuperar la venta de sus productos y ser autosuficientes.
"Tengo fe en que las cosas pueden cambiar porque Dios es grande, pero también tengo confianza en los jóvenes", dijo. "Que digan ‘yo propongo', ‘yo hago'; esa es la esperanza de toda la gente indígena".
Para más información sobre cómo apoyar la causa de Las Patronas, puede seguirlas en Twitter como @LasPatronas_dh o escribir a lapatrona.laesperanza@gmail.com.
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